martes, 21 de abril de 2009

HABLEMOS DE BOZOFILIA



Durante una presentación de un libro especialmente aburrida, igual que el libro, me encontré con una amiga mía. Es una escritora catalana bastante conocida (no diré su nombre que no voy sobrado de amigos y a saber quién lee esto) Con un gin-tonic en la mano me contó una anécdota de cuando era estudiante y se ganaba un dinerito extra haciendo de payasa en fiestas infantiles unos 20 años atrás.
-Era una fiesta de cumpleaños en una casa enorme del barrio de Pedralbes. Cuando terminé el número se me acercó uno de los padres –que vino sin su mujer, quizás era divorciado- y me ofreció 25.000 de las antiguas pesetas, como dicen en el telediario, por hacer una “Función Privada”.
-¿Una función privada?
-Sí, me propuso echar un kiki rápido en la caseta del jardinero, pero lo mejor de todo es que quería que yo fuera tal como estaba –adelanta una pierna y con la mano dibuja en el aire un enorme zapato-: o sea, con la peluca verde, la nariz roja, las medias de rayas y los zapatones.
Lo he recordado por haber leído hace unos días un artículo sobre el tema. El deseo sexual hacia los payasos se denomina BOZOFILIA y es el impulso contrario a la COULROFOBIA, la gente que se espanta al ver esos seres horribles de piel blanca y peluca estridente. Eso lo comprendo más, pues los payasos me dan un considerable mal rollo –solo superado por los mimos- además si gente como Johnny Deep o Kenneth Brannagh padecen coulrofobia… yo aún recuerdo con pavor el día en que mi tío me llevó al circo y el número de los payasos consistía en el siguiente diálogo:
“Te dije que trajeras el saxofón”. “Es que no sé decir saxofón”. “Pero si has dicho saxofón”. “No, yo no he dicho saxofón”… y así media hora.
Por internet circulan páginas para los amantes de la bozofilia (el nombre hace referencia a Bozo, un popular payaso de la TV americana de los 50) y en el artículo que mencioné antes sostiene la teoría de que el disfraz de payaso, al ser una vestimenta ridícula, hace que algunos hombres al ver una mujer con ese disfraz la vean propensa a ser humillada con el consiguiente efecto en sus bajos instintos.
-Sí, todo está muy bien – debe estar pensando alguien- ¿pero tu amiga la escritora aceptó el dinero o no? Que 25 papeles de entonces era mucho para “uno rápido”.
Lo siento, pero no me lo dijo y yo no me atreví a preguntárselo. Quizá cuando escriba sus memorias…

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
miquel zueras dijo...

Pues me alegra mucho saber de esta experiencia. Creo que una nariz roja, según como, puede hacer maravillas. Saludos. Borgo.